17 noviembre 2010

El poder de nuestras palabras


Hoy me gustaría una vez más explicar una lección que me mostró mi maestro más maravilloso el otro día cuando regresábamos a casa tras su último partido de fútbol.

Ya os comenté el otro día mi admiración por nuestros pequeños cuando comparten ese campo de juego y dan el máximo de lo que tienen. Y es que es algo que se palpa en el ambiente mientras los vemos jugar.

Nada más salir al campo mi pequeño se lesionó un dedo. Como podéis imaginar salí corriendo a ver que le ocurría y con otra mamí que me ayudó muchísimo aportando el botiquín de emergencia le curé ese dedito que se había raspado y le puse una tirita. Mi pequeño lloraba, a sus seis años camino de los siete aún necesita muchísimo el consuelo de mamá en estos casos. Pero enseguida quiso volver al campo con sus amiguitos.

Al rato mi pequeño se volvió a lesionar en la pierna. Volvía a sangrar. Es lo que tiene jugar en un campo con suelo de cemento. La verdad es que no sería mala idea escribir al ayuntamiento o a quien se ocupe de estos temas porque además el pavimento estaba en muy mal estado. Pero no es de eso de lo que quiero hablar en esta entrada. Si no de la reacción de mi niño. Después de volver a recibir consuelo y curas en su rodilla me dijo que quería seguir jugando.

A esas alturas del partido ya habían recibido cuatro goles en contra y aún no habían sido capaces de marcar ni uno. Al momento el árbitro terminó el partido.

Estábamos muy cansados. Sobretodo mi niño. Los partidos este año son los lunes y después de estar todo el día fuera de casa la verdad que es demoledor. Esta vez además veníamos desde la otra punta de la ciudad y andando. Bueno, mi pequeñina de dos añitos en su carrito. Pero nosotros caminando, por lo que mi hijo me comentaba su cansancio. Hay veces que me planteo si es necesario el que mi pequeño se pegue estos "palizones". Además ahora viene el invierno, hace frío y también su hermanita lo sufre. Por lo que alguna vez le he preguntado si de verdad quiere ir a jugar. Pero siempre es tajante en que quiere ir a jugar con sus amigos. Así que no se habla más.

Como os decía de vuelta a casa me explicaba que estaba cansado. Le costaba un poquito andar. No estaba nada triste por el partido. Estaba orgulloso de sus heridas de guerra y me preguntaba si tenía más tiritas en casa.
Yo le dije que sí. Que había visto como se había esforzado muchísimo en este partido. Que había tenido un comportamiento ejemplar para mí, que había mostrado una fuerza y resistencia en su trabajo aunque el resultado no hubiera acompañado. Pero que eso no importaba.

A lo que él con sus seis años camino de siete contestó: "Sí mama. Es que el papa me ha dicho que no me rinda nunca. Nunca".

Me quedé asombrada con mi niño. Su padre le había dicho que no se rindiera nunca. Y él lo había aplicado a su fútbol.

Cuando llegó mi marido aquella noche y le expliqué la jornada de los peques le dije: "Te tengo que contar una cosa y vas a quedarte helado. ¿Tú le has dicho al niño que no se rinda nunca?"

Él con una sonrisa me dijo que sí. Que casualmente el día anterior mientras jugaban a un videojuego de F1 (comparten pasiones) e iba perdiendo muy claramente nuestro hijo le preguntó: "Papa, ¿porqué no te rindes?, vas perdiendo mucho. Ya no vas a ganar. Te puedes rendir y ya está." A todo esto mi marido le contestó: "Hijo, nunca hay que rendirse. Se tiene que luchar hasta el final. No importa si ganar o perder. Nunca te rindas hijo. Lucha siempre".

Creo que a mi pequeño esas palabras no se le van a olvidar nunca. Para él su padre es muy importante. Puede parecer que a veces no le escuche o no esté presente cuando habla. Quizás algunos días se nos pueda olvidar la importancia de lo que decimos delante de nuestros hijos. Pero está claro que ellos nos tienen como ejemplo, como referencia en su vida y todo lo que les digamos y sobretodo lo que hagamos será tomado como guía en su propia vida.

No hay día en que no me sorprenda con algo que hacen o dicen mis hijos, mis maestros. A la vez me sirve para entender de lo verdaderamente importante en la vida. Es como un repaso que se le hace a los verdaderos valores. A lo importante. A las cosas más de verdad. A lo auténtico.

5 comentarios:

Eloísa dijo...

¡¡¡Qué bonita historia!!! Se me ha puesto la piel de gallina y todo. Cosas como esta me animan a luchar día a día por seguir un camino de respeto, amor y principios en la educación de mis hijos.
¡¡¡Enhorabuena por todo lo que váis consiguiendo!!!

Vivian dijo...

Preciosa historia! Si no te importa la comparto :)

Ileana Medina dijo...

Me has hecho llorar.
Gracias.

Miriam dijo...

Gracias a vosotras. El mérito no es mío ;) es de mi pequeño gran hombrecito. Es un honor ser su mamá y como os he explicado respasar los verdaderos valores de la vida a su lado.

Y por supuesto que lo podéis compartir. Servirá para que juntos valoremos un poquito más que significa ser niños y ser padres.

Un abrazo a todas.

Miriam.

sandrina dijo...

Jolines Miriam, me ha conmovido!!! Qué bonito, la verdad es que si, aue aunque no nos demos cuenta nuestros pequeños son como esponjas, todo lo que hacemos o decimos es super importante para ellos, claro ejemplo es lo que has contado... pero lo más alucinante es como aprenden a aplicar lo que escuchan a su vida cotidiana, como en el caso de Unai. Simplemente precioso!! Besos guapa!!