Cómo puede haber corrido tanto el tiempo. Es algo que me pregunto tantas veces. Mi pequeño cumplió ya siete maravillosos años y ahora más que nunca recuerdo mis siete años.
Recuerdo que estaba feliz. El número siete era mi número preferido, así que iba a pasar un año entero diciendo: Tengo siete. Me gustaba estar con mis amig@s de la escuela, pero aún recuerdo lo feliz que me sentía cuando estaba con mi família. Es una edad muy bonita los siete años. Aún no hemos llegado a la temida pre-adolescencia que tan común se ha vuelto entre los niños y niñas de hoy día. Aunque hay quien dice que la pre-pre-adolescencia les llegó a sus hijos entorno al segundo cumpleaños. Yo no lo discuto, sería ir en contra de mis convicciones que dicen que cada niño es único, diferente, ilimitado y especial. Pero para mí lo que ocurre de los dos a los tres años es más bien una especie de crisis más ligada a la independencia del pequeño que comienza a cortar el cordón humbilical que le ató a su madre durante sus 24 a 36 meses de vida. Vamos, que los bebés dependientes dan ese paso hacia esa confirmada niñez, y los cambios, ya sabemos que siempre cuestan.
Volviendo a mis siete años. Recuerdo que me encantaba que me llevaran al parque de camino a casa mientras regresaba del colegio. De aquello se encargaba mi querido abuelito, al pobre lo llevábamos siempre "loco", el decía: "vamos que es tarde" pero siempre le convencíamos. En el fondo, era muy fácil de convencer mi abuelito porque le encantaba vernos felices. Hay que ver con qué poco se forma a veces la felicidad de nuestros niños y cuántas veces nos negamos a hacerles felices por falta de tiempo. Algo tan sencillo como ir al parque me podía alegrar al día. Hoy me doy cuenta cuantas cosas me quedan por aprender de mi niñez y recuperarlas hoy para ser feliz. Me encanta sentir la felicidad cuando me tomo mi café y las tostadas con mantequilla y mermelada de las mañanas. La primer lección para alcanzar la felicidad no es otra que ser feliz ahora. Los niños nunca piensan en el mañana si no es para triunfar en la vida o para ser astronautas, son felices ahora. ¿Véis que fácil?
No hablo de que todos nos vayamos a jugar al parque para alegrarnos el día. Hablo de que podamos ver la felicidad de las cosas sencillas. Cómo cuando éramos niños. Hace tiempo que me dí cuenta que no hay otra manera de ser feliz. Y eso fue gracias a mis hijos ¿cómo no estar agradecida entonces? Con siete años puedes ser muy impresionable con las cosas que ocurren a tu alrededor. Yo a mis siete años salía de la escuela deseosa de contar que nos habían castigado a todos los niñ@s de la clase(esos castigos son los más fácil de digerir). Y me gustaba sentirme escuchada y comprendida. Como ahora cuando llego del trabajo y tengo que explicar en casa los detalles del día. Igual que cuando tenía siete años, me gusta que le den importancia a lo que tengo que contar. Aunque sea que mi compañera de mesa me ha perdido mi lápiz preferido. Para mí ahora y durante mis queridos siete años es igual de importante. ¿Porqué nos empeñamos entonces en quitar importancia tantas veces a lo que nos cuentan nuestros hijos? "Eso no tiene importancia, no llores", decimos a veces. ¿Quién tiene la vara de medir los sentimientos? me pregunto.
Con siete años ya tenía edad para hacer algunas cosas que me encantaba que me dejaran hacer. Claro, los padres estamos siempre diciendo a los peques, que ya son mayores para vestirse solos, poner o quitar la mesa y hacer los deberes.
Hoy haciendo una pequeña reflexión sobre mis siete años me gusta recordar que además de que me implicaran en mi propia independencia me gustaba que me concedieran algunas cosas más de mayores. Es injusto decir a un niño de siete años que es mayor para preocuparse de sus cosas, pero no darle la oportunidad de crecer teniendo en cuenta sus opiniones a la hora de tomar decisiones en torno a su educación y evolución. Tenemos las costumbre de excluir de las decisiones "importantes" a nuestros hijos por su inmadurez, siempre les decimos: "Esta conversación es de adultos, no te metas".
El respeto y la libertad son algo que deben acompañar a nuestros hijos en su crecimiento hacia la etapa adulta. Aunque nos duela deben equivocarse antes de aprender. No hablo de que dejemos a nuestros hijos a la deriva sin hacer nada en temas en los que somos nosotros los encargados por velar por su seguridad, de eso que no quepa la menor duda.
Hablo de que cuando yo tenía siete años me gustaba que me tuvieran en cuenta antes de tomar decisiones en casa. No soportaba que me dijeran: "Están hablando los mayores". Aunque entiendo que sí debemos respetar el turno de palabra, eso es una cuestión de educación importante para grandes y pequeños. Debemos valorar que nuestros hijos: "Siempre tienen cosas importantes que decirnos". ¿Acaso en nuestra vida hay alguien más importante?
Con siete años me encantaba pensar que sabía hacer galletas y luego encontrarme con que la harina, con agua y sal metida en el horno sabía a rayos y a centellas aunque mi madre me hubiera avisado antes de que quizás esa receta no fuera la apropiada. Y sobretodo me encantaba no tener que escuchar aquel: "Ya te lo dije" tan poco apropiado cuando la otra persona se siente algo defraudada de un resultado. No hay nada más demoledor en un ser humano que a sabiendas que se ha equivocado tener una voz altanera recordándote que lo hiciste. Si es que aunque los adultos nos empeñemos en diferenciarnos, a los niños les duelen las mismas cosas que a nostros ¿porqué los tratamos diferente entonces?
Si en la escuela tenía un mal día, además de que me escucharan no estaba de más que me dijeran que comprendían que estaba triste y sentir que no estaba sola, que tenía una familia que me apoyaba. Creo que eso ha sido algo que me ha marcado para toda la vida. Saber que tenemos un lugar de referencia por si las cosas no salen bien nos hace caminar hacia adelante, sin miedo de tener que dar un paso atrás. Ser valientes al fin y al cabo.
Ahora veo el porqué. Es muy sencillo. Pondré un ejemplo. Se trata de intentar educar sin interferir pero acompañando. Si nuestro hijo comienza a caminar solito y nosotros le dejamos "a su aire" sin perderle de vista, el pequeño puede tener un traspié porque camina solo, pero nos dará tiempo a recogerle sin que se lastime.
Conforme nuestros hijos van creciendo además de andar, comienzan a hablar, a relacionarse... a vivir la vida. Es muy importante que se sientan acompañados, que no agobiados. Pero creo que me estoy desviando un poquito del tema de los siete años, así que dando esta pincelada de ideas lo dejamos aquí.
Entonces amig@s ¿Recordáis vuestros siete años? seguro que sí. Pues deseo que ese pensamiento os llene cuando os surjan dudas sobre lo que hacemos o no hacemos bien con nuestros niñ@s. En esto de ser padres, tener presente nuestros sentimientos de niñez, nos ayuda cuando nuestra mente de adulto no nos deja ver las cosas con la claridad y sensibilidad que necesita el instante. Un truco muy importante para mejorar día a día.
3 comentarios:
No me acuerdo de tantas cosas de cuando tenia 7 años, pero supongo que sería parecido. En esa etapa es cuando empezamos a creernos mayores, pero anda que no nos queda mili, jajajaja
Gracias Supermama :) en realidad el 7 es por la edad de mi hijo. Creo que la mejor herramienta que poseo muchas veces para tratar con él es la empatía, por lo que he intentado recuperar los recuerdos que guardo de esa edad. Me sirve para entender mejor a mi hijo y en general al resto de los niños. Entender a los niños, me importa y mucho.
Un abrazo. Muchísimas gracias por escribir en mi blog.
Miriam.
Me has hecho emocionar con tu comentario... soy madre, maestra, mujer... pero he sido niña y tienes toda la razon!!! Me encanta ver las caras de mis alumnos con cada descubrimiento nuevo, la expresion de mis hijas al superar nuevos retos... y me encanta poder sentirme la niña/madre que les acompaña en cada momento! Gracias por tu blog, me encanta!!!
Un abrazo de osa,
Maite
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